Por Rafael López Faúndez, fundador y director de Giro
No me quiero referir a la traducción castellanizada del célebre film de Tarantino, Pulp Fiction (1994), sino a cómo distintos contextos sociales, globales y geopolíticos -desde un tiempo a esta parte- nos están rodeando con un sello de violencia creciente. Para colmo, esta semana, un liceano talquino fue agredido de gravedad con arma blanca durante una “marcha contra la violencia”.
En su libro “De animales a dioses”, el autor e investigador israelí Yuval Noaḥ Harari da cuenta que el mundo nunca ha estado más en paz que en esta era. Sin embargo, para quienes somos transeúntes de las últimas seis o siete décadas, ya sea por la inmediatez de la información o por la capacidad de apreciar la historia con cierta perspectiva, nos da la impresión que la violencia -de distinto tipo- arrecia con más frecuencia y mayor intensidad en los planos local, regional, nacional y mundial. Para qué referir el acento de estos últimos 20 o 30 días con la invasión de Rusia a Ucrania, donde a diario vemos la peor cara del sufrimiento humano provocado por la sinrazón de otros humanos. O bien, cuestiónenme: ¿Hubo realmente una ventana de verdadera paz, más o menos larga en las últimas décadas?
Llevo algunos años encima y creí que, después de la angustia existencial de seguir en directo por onda corta la crisis de los misiles, con el peligro cierto de una conflagración atómica, no volvería a experimentar algo similar. Tengo como recuerdo de infancia, durante el período más álgido de la Guerra Fría, pasar horas pegado a la Lowe Opta a tubos siguiendo el avance de los buques con su carga letal hacia Cuba. Y a su vez, leer en la Enciclopedia Estudiantil Codex los efectos de la radiación, con la paralizante sensación de que todo podía terminarse de un momento a otro. Algo que los japoneses de Hiroshima y Nagasaki habían vivido en segundos para no olvidar por nunca. Una sensación de miedo y angustia que han conocido judíos, vietnamitas, sirios, afganos y africanos, entre tantos otros.
Mientras en Chile vemos un proceso constituyente en etapa de ‘urgimiento´ por plazos apremiantes, la violencia narco-terrorista deja poca tregua en la Araucanía y al sur de nuestro territorio del Biobío. En Santiago, Concepción y Talcahuano asesinatos a sangre fría calificados como “ajustes de cuentas” son parte del panorama habitual. Y en el norte, la migración descontrolada deja tristemente situaciones que quisiéramos evitar a toda costa: formas inhumanas de sobrevivencia para quienes llegan, e inseguridad para quienes estaban desde antes.
En la atmósfera se respira violencia de distintas formas: social (carencias, abusos, machismo… hola estallido social), digital (trolls, haters, acosadores y ‘funadores’), étnica, racial, y por cierto física, esa que viene en forma de guerras, terrorismo o común delincuencia. Tenemos que pensar seriamente qué diantres hacemos.
Seguramente, la primera idea que se viene a la cabeza al leer esto será ligada al rol del Estado, del gobierno que se va, del que llega, de los políticos, de los líderes. Y por cierto ahí está la principal responsabilidad. Pero podemos también propiciar mejores contextos desde lo local a lo global, desde donde estamos insertos y vivimos nuestro día a día. En el caso de la empresa, mundo al que pertenezco como fundador de una pyme de consultoría, podemos ayudar a que las empresas y gremios sigan creciendo en mejorar sus relaciones laborales y comunitarias, en empatía con sus respectivos públicos, en tratar mejor a sus clientes y usuarios, y en tener un espíritu colaborativo con el sector público y sus mismos pares empresariales.
Por mucho tiempo ha sido rentable dedicarnos solo a producir riqueza, pero hace rato no es suficiente. La obligación hoy es trabajar por la paz y prosperidad en todo tipo de formas y desde todos los espacios, de ponernos en los zapatos de los otros, saber hasta qué punto es justo exigir, y hasta qué punto es necesario comprender al otro. Para eso necesitamos empresas y gremios sostenibles, que se gestionen mediante la equidad, respeto al medio ambiente, buen trato y justicia social. Para comenzar, y a la vez despedirme, hagamos un pequeño ejercicio: ¿Qué acciones podemos empujar desde nuestros espacios, para sencillamente ayudar a ‘mejorar el ambiente’? ¿Para tratarnos un poquito mejor? Más que nunca, hoy todos podemos ser agentes de paz y de componer nuestro entorno. Los leo.